El
niño interior
A veces nos invade una sensación
de tristeza que no logramos controlar.
Percibimos que el instante mágico
de aquel día pasó y que nada hicimos. Entonces la vida esconde su magia y su
arte.
Tenemos que escuchar al niño que fuimos un día y que todavía
existe dentro de nosotros. Ese niño entiende de momentos mágicos. Podemos
reprimir su llanto, pero no podemos acallar su voz. Ese niño que fuimos un día
continúa presente.
Bienaventurados los pequeños, porque de ellos es el
Reino de los Cielos.
Si no nacemos de nuevo, si no volvemos a mirar la
vida con la inocencia y el entusiasmo de la infancia, no tiene sentido seguir
viviendo.
Existen muchas maneras de suicidarse. Los que tratan de matar
el cuerpo ofenden la ley de Dios. Los que tratan de matar el alma
también ofenden la ley de Dios, aunque su crimen sea menos visible a los
ojos del hombre.
Prestemos atención a lo que nos dice el niño que
tenemos guardado en el pecho. No nos avergoncemos por causa de él. No dejemos
que sufra miedo, porque está solo y casi nunca se le escucha.
Permitamos
que tome un poco las riendas de nuestra existencia. Ese niño sabe que un día es
diferente a otro.
Hagamos que se vuelva a sentir amado. Hagamos que se
sienta bien, aunque eso signifique obrar de una manera a la que no estamos
acostumbrados, aunque parezca estupidez a los ojos de los demás.
Recuerden que la sabiduría de los hombres es locura ante Dios. Si
escuchamos al niño que tenemos en el alma, nuestros ojos volverán a brillar.
Si no perdemos el contacto con ese niño, no perderemos el contacto con
la vida...
Paulo
Coelho
El trabajo con
el niño interior
El trabajo con
el Niño Interior es quizás uno de los más profundos y sanadores.
Según
Louise Hay y muchos terapeutas, casi todas nuestras creencias y patrones de
comportamiento, tanto negativos como positivos, los aceptamos cuando teníamos
entre 3 y 5 años. A partir de entonces, nuestras experiencias se han basado en
lo que aceptamos como verdad desde aquella época de nuestra vida.
Si
hemos crecido en un hogar "disfuncional", donde nos criticaban constantemente,
nos exigían perfección, donde existía falta de amor y de cariño, lo más seguro
es que actualmente continuemos tratándonos del mismo modo, minando así nuestra
autoestima y energía.
Imagínense a un niño pequeño que llega a su casa
orgulloso del dibujo que ha realizado en la guardería y se lo enseña a sus
padres. En el primer caso, los padres le felicitan y le dicen que es un niño muy
listo, creativo, habilidoso, etc...
En el segundo caso, los padres le
dicen que está fatal, que es torpe, que no sabe dibujar y que se sale de las
líneas.
Obviamente, en una familia donde al niño se le aprecia, estimula
a crecer, a aprender y se le da muestras de amor, el niño florecerá. Sin embargo
a un niño que se le critica constantemente, se le retira el afecto si no lo hace
todo bien, etc... el pobre niño se retrae y deja de intentar aprender, crecer, o
se vuelve un perfeccionista, sufriendo constantemente porque nunca estará
satisfecho con los resultados.
Ahora bien, lo que nos hicieron en el
pasado no lo podemos controlar. Lo que sí podemos hacer es tomar nuestro poder
aquí y ahora y dejar de tratar a nuestro niño como nos trataron a nosotros.
Entonces no teníamos elección, ahora sí. El momento de poder es siempre el
presente, y es muy triste y doloroso si continuamos criticándonos y
maltratándonos. Así no hay forma de crecer, de amar, de ser los seres
maravillosos que somos y DEJAR BRILLAR NUESTRA LUZ.
Volver a establecer
una relación con nuestro niño desde el amor y la comprensión es la mejor forma
de sanar nuestra dañada autoestima. Es la única manera de realizar cambios
positivos en nuestra vida: establecer relaciones sanas, cuidar nuestro cuerpo,
trabajar en algo que nos gusta, ser prósperos, amar incondicionalmente y llegar
a sentirnos plenos y feliz. Cuando cambiamos desde el AMOR todo nos sale bien.
Nuestro niño interior
Nuestro niño interior tal vez quiere despertar y volver a reír y a
soñar como lo hacia en otros tiempos. Ese niño que de pronto jugaba, compartía,
sonreía, y no sabia del dolor, de las heridas, que día a día gastaba toda su
energía sin pensar en el futuro ya que no conocía esa palabra, ni podía imaginar
a qué se refería cuando algún adulto la pronunciaba.
Ese niño que vive en
ti, que vive en mi, que de pronto se quedó dormido porque sintió que no valía la
pena estar despierto preso de cosas que desconoce como son las preocupaciones,
los problemas laborales, la falta de dinero, las injusticias, el engaño, y todo
aquello que te cansa y que también a él lo llenó de cansancio porque lo dejaste
de lado, medio olvidado o totalmente o solo lo recordas cuando regresas con tus
pensamientos a aquellos momentos en que consideras que fuiste feliz, muy
feliz...
Tenemos que despertar a ese niño, necesita estar despierto y
volver a reír, porque si él no ríe nosotros tampoco, si él no es feliz nosotros
tampoco.
¡¡Vamos!! Es el momento de mirar hacia adentro, y verlo, está
ahí esperando que aprendas a vivir este presente que se nos va tan rápido, está
en vos esperando que vuelvas a soñar, que algún día grites de felicidad, que
sienta que podes bailar al compás de tu música sin importarte si es tu música
preferida. Perdón, amor, y otras tantas palabras endulzan los oídos de ese niño
y lo alimentan con caricias en el alma.
No sos más joven ni sos un
anciano por la edad cronológica que tengas, sos tan joven como el niño que vive
en ti, pero si dejas que siga adormecido, si dejas que ese sueño sea eterno
entonces sí podrás tener la vestimenta y el cuerpo de un adolescente pero tu
espíritu estará envejecido.
Si hoy volves a reír por cualquier cosa que
te sucede, si hoy llegas a casa y te perdes en algo que te alegra, si cuando vas
por la calle te da risa el sombrero de alguien que pasa a tu lado, y si al
salpicarte los pantalones con barro, te reís porque sentís que los lunares no te
quedan bien: la mitad de la batalla está ganada... Lo despertaste y él espera
que así seas todos los días, porque es el encargado de mostrarte la felicidad en
las pequeñas cosas y eso forma parte del gran misterio de la
vida.
Graciela De Filippis
Vivir en el pasado y
repetir esa historia una y otra vez es estar preso en una gran celda que
construimos nosotros mismos, y en esa celda a veces fría, otras enorme, otras
vacía nos vaciamos, nos sentimos perdidos y por sobre todo nuestro espíritu se
congela y nos paralizamos.
Muchas veces dejamos de apreciar los valores
de la vida, los que están en el presente y dejamos que se escurran de nuestras
manos los momentos más hermosos o maravillosos ya que no nos damos cuenta que
están sucediendo hoy porque estamos viviendo en el ayer.
Somos grandes
generadores de culpas y nos autocastigamos con ellas una y otra vez... Si
hubiera dicho... Si hubiera hecho... Si hubiera... y ya pasó de qué sirve hoy
lamentarse. Tal vez estamos viviendo y castigándonos por los errores cometidos y
ya nada puede hacerse, ya es tarde... Salimos del pozo y como si no pudiéramos
vivir de otra forma volvemos cada tanto a visitarlo, y allí nos ensuciamos
nuevamente, nos embarramos y entonces ¿de qué sirvió alejarnos y limpiarnos? De
nada... para nada.
Debemos enfrentar la vida mirando hacia adelante, el
pasado... ya pasó, poco o nada puede hacerse pero sí podemos trabajar con
nosotros mismos para que no nos tentemos y cometamos los mismos errores en el
presente.
Sería maravilloso que todos podamos despertar a ese niño
interior que llevamos dentro. El niño de la alegría, de la carcajada espontánea,
de la caricia sentida... Ese niño que no está muerto, sólo está dormido y que
necesita que nosotros hagamos algo para que su sueño no sea un sueño
eterno.
Volvamos a ese momento tan hermoso de nuestra infancia,
despertemos a nuestro niño interior, vivamos como él nos enseñó, disfrutemos de
la vida y no pensemos en el pasado una y otra vez...
Ese niño no lo hace,
sólo siente, ama y sueña sin mirar atrás, sin pensar si disgustará a alguien con
su manera de vivir, sin reparar si daña o acaricia, sólo vive y se entrega a la
vida porque para él la vida es hoy: este presente.
Graciela de Filippis
Avanzar...
Avanzar por la
vida, crecer, hacernos adultos, desarrollarnos en este mundo con su vertiginosa
carrera hacia lo material, contamina inexorablemente la pureza que teníamos
cuando éramos niños. Y en ese avance (¿avance?) vamos perdiendo cosas: Perdemos
espontaneidad, perdemos frescura, perdemos sinceridad, perdemos sonrisas,
perdemos las ganas de jugar, perdemos alegrías, perdemos tiempo para gozar.
Y ganamos egoísmo, nerviosismo, estrés, tristezas, situaciones forzadas,
muecas en lugar de sonrisas. Es que aparentemente crecimos... ¿crecimos? A veces
veo a los niños zambullirse a plena risa en los peloteros, y rebotar divertidos
en las camas de aire de las casas de juegos y gatear a través de laberintos y
túneles de cuerdas sin más preocupación que la de divertirse con sus juegos. Y
no me avergüenza confesar que con muchas ganas me pondría a saltar con ellos y
dejaría que mi cuerpo sienta el placer de rebotar sobre el colchón
inflado.
Y daría lo inimaginable para recobrar la pureza, la inocencia,
la frescura y la espontaneidad de mi niñez; descontaminarme de todo lo nocivo de
este mundo que solo nos conduce a la destrucción y a la infelicidad porque nos
fuerza a meternos en una maquinaria para la que no estamos preparados. Quisiera
despojarme de todo eso, pero sospecho que... es demasiado tarde. Pero también
creo que, si un día me libero de mis ataduras y me lanzo, sin pensar en nada, a
rebotar sobre el colchón de aire, quizá... quizá no esté todo
perdido.
Graciela Heger
Un niño...
Cuando vemos a un
niño y admiramos su belleza, su espontaneidad, su pureza y todo ese mundo lleno
de magia que nos invitan a visitar ahí nos damos cuenta de que estamos
contaminados, que carecemos de todo aquello que estaba en nosotros...
¿Qué hicimos? ¿Por qué?
Estamos a tiempo hoy de rescatar todo
aquello que fuimos perdiendo cuando dejamos nuestra infancia atrás...
Qué lindo sería hoy despertar a ese niño interior que está ahí
adormecido porque lo aburrimos con nuestras tristezas, con nuestras
preocupaciones, con
este vivir de manera acelerada, sin magia, sin recreos,
sin alegrías o felicidad espontánea.
El rostro de un niño nos regala
cada día una nueva emoción que no está ahí solo para ser contemplada sino para
ser valorada.
Un niño es un oasis en medio de esta vida complicada que
creamos los adultos.
Luchemos porque la infancia sea un lugar de
ensueño, solo nosotros podemos hacer que ellos tengan esperanza en un futuro
mejor... ¿Cómo?
Mostrándoles el lado positivo de la vida, dando de
nosotros lo mejor, y por sobre todo creando a su alrededor un mundo mágico y
feliz...
Entreguemos a los niños semillas que contengan luz y no
sombras, soles y no tempestades, alegrías y no angustias, y fuertes agarrados de
esas pequeñas manos dejemos que nos contagien su frescura, su inocencia, su
risa, y así poco a poco nuestro niño interior renacerá y tendremos la
posibilidad de ser felices nuevamente.
Autora: Graciela De Filippis
Nuestro Niño Interior
El niño interior
es esa parte tuya juguetona e imaginativa, amorosa y espontánea, creativa y
amante de la aventura, curiosa, perceptiva, y sin embargo humilde y plena de
admiración y gratitud.
El niño interior confía en que tanto la vida como el
universo le prodiguen lo que él les pida. Y no se limita a permanecer sentado,
sin hacer nada, ya que se halla muy ocupado viviendo la vida y haciendo lo que
le proporciona alegría.
El niño interior posee una gran sabiduría.
El
sabe lo que verdaderamente produce deleite.
No piensa en términos de límites
y no juzga a nadie por sus diferencias.
El ayer no le provoca
arrepentimientos, ni tampoco se preocupa de un mañana que aún no ha
llegado.
El gran poder del amor en su interior, capaz de resolver y disipar
todo aparente problema, es su aliado y amigo.
Y es eso lo que tú realmente
eres en cuando retiras las caretas de temor y las limitaciones. Deja emerger ese
amor que yace en tu interior y sé de nuevo ese niño.
Puede tener una nueva
aventura de descubrimiento y volver a jugar con la vida,
¿No te parece
divertido?
En cada ser existe un
rincón oculto donde habitan las partes de uno mismo que quedaron inconclusas y
que ahora buscan completarse.
A ese sitio se le llama el niño interior,
porque contiene dentro todos los aspectos inmaduros de nuestra personalidad.
Ese niño interno permanentemente gime:
"dame, dame, dame", nunca
está conforme, y siempre quiere más.
Cada momento doloroso del pasado
vive en este espacio, esperando ser cambiado,
y su inconformidad se proyecta
al tiempo presente para pedir ayuda.
En el baile de máscaras, al que hoy
hemos sido invitados, vamos a dedicar una mirada a ese niño interno abandonado,
que solo requiere la atención de una mirada, para cambiar su llanto en
sonrisas.
Antes de abordarlo debemos comprender que él es la suma de
todos los aspectos rezagados de nosotros mismos.
Podemos estar anclados
(fijación) en carencias de amor, de comprensión y de ternura, que congelan
nuestro presente en la actitud terca de recibir sin dar nada a cambio,
manifestando como resultado relaciones insatisfactorias.
Un niño está
polarizado en recibir: porque es claro que él no puede prescindir del apoyo que
le dan los adultos para su supervivencia.
Pero, en su madurez, el ser
humano debe alcanzar el equilibrio entre el tomar y el dar.
Desconozco el
autor
|
|